La reina de las brujas se mantuvo con los brazos extendidos al cielo, mientras que de sus enormes ojos rodaban lágrimas llenas de odio y venganza. La anciana trató de recordar su propio rostro; no obstante, era en vano esforzarse tanto, era imposible escarbar en los rincones a los que su memoria ya no llegaba. Acercó su demacrada cara al fuego y las llamas se reflejaron en sus enormes pupilas. Sus ojos se hallaban teñidos de rojo y de ellos surgía un destello demoníaco. Su cara estaba bañada de odio y rencor. Apretó con enorme angustia sus maltratados puños y crispó casi hasta reventar su terrible dentadura, parecía que su cuerpo convulsionaba por dentro.