López es una palabra de cinco letras. López es un cartel, muchos carteles que se hacen y deshacen, inscribiendo un frágil acto de memoria en techos de Córdoba o de Resistencia, en rincones de Rosario o de Ámsterdam. Un cartel que Lucas Di Pascuale promueve que construyan otros (una colaboración necesariamente colectiva), a partir de un instructivo, mientras él toma fotos que luego dibuja, y más tarde instala de maneras incómodas (incómodas para él, que no se resigna) dentro del mundo del arte. López es sobre todo un nombre propio: el de Jorge Julio López, albañil casi octogenario, que entre 1976 y 1978 estuvo desaparecido en el Destacamento Policial de Arana, la Comisaría Quinta y la Comisaría Octava de La Plata, tres de los veintiún centros clandestinos de detención a cargo del represor Miguel Etchecolatz. Sobreviviente, brindó un testimonio clave en el juicio contra él en 2006, luego del cual lo volvieron a desaparecer. ?No supimos cuidarlo?, dice Lucas. Y nos habla a todos. López es Jota: la ficción de un padre al que escribir cartas entrañables, un buen compañero para la madre, alguien a quien alcanzar un tazón de mate cocido, que se brinda (generoso) a compartir lecturas, vacaciones, cumpleaños, viajes, hábitos noctámbulos. En otro texto (?Costa Rica?), Lucas habla de su padre, voluntariamente ausente de su rol paterno. Elegir a López, dos veces desaparecido, como padre presente resulta un conjuro poderoso para no olvidarlo y seguir invocándolo en el bosque.

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