La desaparición de un ser querido puede destrozar una familia entera y, aun a través de los años, seguir siendo una herida que no cierra. Sandra Dávalos, una reportera independiente, acude a la casa ubicada en Cobalto 43 después de enterarse que han encontrado el esqueleto de un niño. Tiene una corazonada que no deja de golpearle el pecho: que ese montículo de huesos recién localizados pertenezca a Mateo, su primo, desaparecido varias décadas atrás. El domicilio, ubicado a pocos metros de donde ella creció, pertenecía a los Straffon, un matrimonio a ojos de los vecinos, tras el que se ocultaba un par de hermanos. La reportera recuerda la forma en cómo cambió la dinámica familiar después de esa desaparición: la búsqueda incansable de sus tíos, la lenta agonía de su nana por ver de nuevo al nieto, los familiares que lloraban al ausente. «Crecí con la idea de que en México la gente, simplemente, desaparecía», filosofa Sandra mientras recuerda la promesa que desde niña le hizo a su abuela: encontrar a Mateo. Ella junto con el comandante Rivas, últimos reductos de la honestidad en sus profesiones, unirán esfuerzos para dar con la identidad del esqueleto descubierto en Cobalto 43. Beatriz de León, realiza una indagación sobre el significado de desaparecer en México y, al mismo tiempo, lo que representa ejercer el periodismo en esta época donde la vocación se ha ido perdiendo y la indiferencia ha ganado, poco a poco, la partida. La autora conoce perfectamente los entresijos del poder que otorgan el dinero y la pluma y, con esta primera novela, nos entrega una historia de ficción que, estoy seguro, sus nuevos lectores no podrán abandonar. Carlos René Padilla

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