Algunas personas me critican, pues encuentran oscuro lo que escribo. Esto se debe a mi visión de dos fenómenos: el mal y el arte. Para mí la mayor fineza de Cristo es el mal, no el que él es capaz de hacer, sino el que nosotros podemos crear, pues cuando Dios hace el mal en realidad busca un bien mayor. El mal es un fenómeno profundamente humano, exclusivo del hombre. Sólo él es capaz de hacer mal buscando el mal, por el albedrío del que fue dotado. Por otra parte, siempre he rechazado la idea de que el arte deba fomentar valores o defender causas sociales, que deba tender al bien. Esta idea no es nueva, es por lo menos tan vieja como Kant. Siempre he creído que el arte está para exaltar la belleza, lo que quiera que eso sea. El arte es también únicamente humano, recoge la belleza creada por la divinidad, pero sólo una - vez imitada se convierte en arte. Y para mí ésta siempre ha tenido tintes de mal. Supongo que tendría que concluir como Sartre diciendo que soy humanista: adoro lo humano. Entonces adoro el arte y adoro el mal, y por todo ello no puedo escribir de otros temas ni de otra forma. La vida de los personajes que habitan estos relatos gira en torno a la transgresión: de la moral vigente, de las barreras de clase social, de las convenciones de género, de la sexualidad aceptada... ¿Son malos o simplemente humanos? Corresponde al lector internarse por los laberintos de nuestra frágil condición a través de las historias que ocurren De seis a ocho.

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