El escrito, una vez que usted lo eche a andar allá en el río de la vida, es un barquito de papel que está a merced del que lo vea pasar, así lo interprete como basura, o como muy lindo; está a mi arbitrio si lo cojo como para hundirlo, o como para subirme en él e irme de viaje con el autor. En cierto sentido, un texto se va a volver clásico en la medida en que permita muchos de esos tratamientos diferentes por distintos sujetos. Pero el texto no se puede defender de esa asimilación, en el sentido piagetiano de la palabra, que de todas maneras le hace el lector.