Roberto Calasso viaja por las formas de comunicación entre lo humano y "lo invisible" y traza un recorrido por el origen y el devenir de la cultura europea. Un día que, en verdad, abarcó miles de años, Homo hizo algo que nadie había intentado nunca: empezó a imitar a los otros animales, a sus depredadores. Fue así como se volvió cazador. Ese larguísimo día resulta, hoy, remoto, pero sus huellas persisten, aunque ya nadie parezca interesado en indagarlas. Los ritos y los mitos mezclaron las trazas de ese comportamiento con algo que la Antigua Grecia llamó tò tehîon: lo divino, estrechamente emparentado con lo sagrado y con la santidad. Muchas culturas, distantes en el espacio y en el tiempo, asociaron estos acontecimientos, dramáticos y eróticos, con una cierta región del cielo, entre Sirio y Orión: el lugar del Cazador celeste.

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