Cuando se presentó el impostergable deber de hacer una tesis, el primer inconveniente que encontré, al igual que la mayoría, es el sinnúmero de formalismos que se exige cumplir: unos aburridos y otros sin mucho sentido. Me pregunté si fuera posible abordar una tesis con un pequeño giro metodológico y la respuesta fue una negativa que sigue todos los pasos formales de las formales y trajeadas tesis. Desde hace muchos años he encontrado en bibliotecas, virtuales y físicas, una gran cantidad de autores que se me ha dificultado asimilar. Se lo atribuí a mi falta de pericia y experiencia lectora; en algunos casos estuve en lo correcto, y pensé que al finalizar los estudios mi visión sobre ellos se iba a modificar a su favor. La predicción se cumplió en lo parcial, terminé dándoles un sentido a sus reflexiones que, hoy no puedo asegurar, se encuentran en el texto y no en el receptor. Me refiero a autores que echan mano de la petulancia académica y la abigarrada terminología que más que dar lumbre echa humo. Francamente, nunca he logrado entender la pertinencia de sus arengas, «redes para pájaros incautos» como Nietzsche sentenció. Con todo, las tesis serias se llenan de nada, a fin que, paradójicamente, se sustenten en términos formales.