No es frecuente que un sociólogo sea también un poeta. Cuando llega a suceder se abandona, por lo general, uno de esos oficios para entregarse al otro. La regla indica que la dura racionalidad de la sociología o de cualquier otro oficio de la razón ilustrada es incompatible con las desterritorializaciones de la poesía. Boaventura de Sousa Santos es, sin embargo, uno de esos extraños casos que rompen la regla. En él, su profundo trabajo sociológico ha ido de la mano de la creación poética o, a la inversa, su ardua tarea de poeta -aunque se conozca más la del sociólogo- ha ido de la mano de sus largas y abundantes reflexiones sociológicas. Este hecho, ya en sí mismo extraño y disruptivo, se hace más profundo cuando al sumergirnos en la obra del sociólogo y en la del poeta, vemos que ambas se corresponden o, mejor, que una y otra se continúan. La razón es profunda y tiene que ver con lo que hace que un sociólogo sea un buen sociólogo y un poeta un buen poeta: una visión del mundo, es decir, un acto de creación que, como toda creación, es un develamiento de la realidad, un hacer aparecer algo que estaba allí y que nadie había visto. En este sentido, para Boaventura de Sousa Santos las ciencias sociales no son una ciencia desde la perspectiva que el racionalismo académico, hijo del discurso hegemónico de Occidente, suele entenderlo: una disciplina que pretende poseer un saber tan objetivo como el de las ciencias naturales. Son más bien una creación, un saber que nace antes que nada de la imaginación que provoca el encuentro del pensamiento con la realidad, "una continuación -expresó alguna vez Boaventura- del acto poético", de ese saber oscuro de la intuición que sólo adquiere sentido y significado cuando se pasa a través de la materialidad del lenguaje. Por ello, si Boaventura es el gran sociólogo que conocemos, no lo es por la solidez de su aparato crítico y de su metodología, sino porque ha puesto esas herramientas al servicio de su intuición creadora, de su imaginac