El mundo de las ideas es tan subjetivo que cualquiera con un poco de juicio prefiere callar para evitar la crítica que normalmente se esfuerza en dañar el alma de quien escribe. Reconozco que solo los muy doctos o los cínicos se atreven a esbozar sus pensamientos. Lo cierto es que no soy ni lo uno ni lo otro. Simplemente pertenezco a esos lectores que se encuentran en la honrosa medianía, sin pretender ser más ni menos que los demás. Creo firmemente que Dios no hace acepción de personas. Para Él todos somos iguales; sin embargo, las circunstancias de vida a unos los colocan en posiciones encumbradas y a otros en olvidadas. No obstante, siempre existen alternativas que uno toma. Esas decisiones son el libre albedrío, que nos lleva al avance o al retroceso en nuestras vidas, tanto en la cotidianidad como en la eternidad. Ignoro si existe algo escrito similar a lo que voy a tratar de explicar. Si lo hay, este texto puede ser un complemento. Y si no, entonces puede ser una luz si el lector es benigno con este aprendiz de escritor.