Al aceptar la disputa por el poder mediante elecciones, fuerzas políticas de todos los signos ideológicos en América Latina reconocieron también el modelo económico, sus reglas, sus instituciones y otras directrices preestablecidas desde el extranjero por el capitalismo internacional. Los primeros gobiernos electos mediante sufragio popular fueron en su mayoría proclives al capitalismo y en particular a las políticas de corte neoliberal. La democracia trajo consigo la decadencia de muchos partidos tradicionales, el ascenso de varios partidos nuevos y la exaltación de líderes populistas. En los albores del siglo XXI, varios gobiernos se distinguieron por sus orígenes de izquierda, por enarbolar banderas de tipo social y algunos de ellos por sostener nuevas identidades ideológicas, como el socialismo del siglo XXI, el comunitarismo, el indigenismo, el multiculturalismo, el Estado plurinacional y la política del vivir bien. Calificados también como neodesarrollistas, progresistas, populares o neoextractivistas, una de sus principales características fue la instrumentación de políticas sociales amplias, en particular aquellas que consisten en transferencias económicas directas, con las que reivindicaron la función social del Estado. Sus resultados fueron en general positivos: pobreza e indigencia se redujeron notablemente, aunque la desigualdad social se sostiene en niveles preocupantes. De ahí su deuda con la sociedad y su compromiso pendiente con la profundización de la democracia.