La devoción a la poesía o el edén poético como nuevo paraíso Jorge Arzate Salgado Los niños que piensan tienen el invierno en los ojos, el largo invierno. Solos, se acodan en sus rodillas para ver iluminarse el sol dentro de la mirada. Alfonso Gatto La sensibilidad toca notas profundísimas Hojarasca. Jorge Contreras Herrera En realidad no sé hasta dónde sea posible decir que la poesía, que su praxis, que su ejercicio como hecho social total, que su consumo tal brebaje extraño en estos tiempos de amor líquidamente sociológico, que su cuidado y cultivo como una planta gigante, enorme, pequeña, a veces de colores añiles y plateados, que su fulgurante desdicha cuando enuncia la nada o el enorme universo del mar, que su uso-no-mercantil y que su uso privado como mantra, que su sinapsis como oración para Él (recordando a San Juan de la Cruz o Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana), que su transmutación por parte del poeta en decálogo moral o simple objeto musical en tonos menores y armónicos incipientes de algo que conocemos como amor, que esa poesía sea el verdadero amor emanado no del corazón del poeta sino de su piel y tacto y obscuridad vital; sí, sí, en realidad no sé hasta dónde sea posible decir que la poesía nos pueda salvar ante la catástrofe del mundo o, peor aún, ante la torrencial noche de nuestra biografía, no sé, no sé, no sé? Pero, intuyo, que en el caso del poeta Jorge Contreras Herrera, la praxis de la poesía, que no es lo mismo que decir, el ejercicio de la escritura poética, es su cura, su fortaleza, su mantra, quiero decir, para Contreras cada poema invoca una forma de divinidad, a veces de manera velada, a veces con tonos mayores; para este poeta, excepcional ser guiado por sus pasiones terrenas, la praxis poética le lleva a la contrición, a la invocación de lo divino y/o a su búsqueda; es por ello que sus textos aparecen, por momentos, como enormes por su sinceridad, su transparencia de conciencia, por su potencial al valorar su propio tránsito por el mundo. En este caso, el poeta, como bien dice la fenomenología, es la encarnación terrenal del poema: el poema lo habita como lumbre, el poema lo consume, el poema está en raizado en él como su cuerpo, mente, alma; así lo atestigua el primer poema del libro La mejor ruta: un poema que marca el tono y ritmo de todo el libro, un poema confesional, a la vez autobiográfico como epifánico de un tiempo de la unidad con el todo vibrante: He pensado lo que significa vivir. Quién no lo ha hecho. Mirar las flores, el cielo, las estrellas, los insectos, todo, todo parece vibrar con armonía. Atributos de lo perfecto. (p. 14) El ave extiende sus alas y vuela como si comprendiera al viento. Quizá ni el ave ni el viento lo saben. Alguna frecuencia es la realidad. Ver las formas o la energía. Lo invisible o lo denso. (p. 15) En Hojarasca encontramos una traducción del mundo, de la experiencia del mundo, por parte del poeta; en este sentido, la búsqueda del significado de los hechos, de las cosas, del poema mismo es una constante. La poesía en sí misma, para Contreras, es una interrogación, un camino que recorrer, y, de forma sorprendente, es al mismo tiempo un punto de llegada reconfortante, casi una casa cálida; de esta forma la poesía es un vórtice que contiene un estado del ser; que supone todas las definiciones del mundo como dadas al mismo tiempo que presenta la posibilidad de su expansión de sentido sin límites. En Hojarasca, la experiencia del arte y la cultura moderna no es de tipo antropológico, sino una fenomenología de la intuición, en donde la percepción adquiere una potencia activa (Merleau-Ponty), en donde la intuición del mundo por parte del poeta es una suerte de método experiencial para la escritura del poema; este método no tiene sentido sin una guía moral, la cual se resume en el verso: El paraíso es la poesía: un lugar sin límites; es decir, la praxis poética de Contreras sólo es posible como búsqueda de un nuevo Aleph, en su sentido Borgiano: una pequeña esfera que contine todo el espacio cósmico: un nuevo nirvana