Llegamos a lo indecible, lo que no nos atrevimos nunca a creer: una pandemia anunciada, mencionada tantas veces sin que provocara una verdadera conciencia de ello y su significado, quizás así fue para la mayoría. Nos condujo a un alejamiento que nunca imaginamos, podíamos pensar en protegernos, cuidarnos, tomar todas las provisiones en contra de un virus pero no pensamos en que dejaríamos de ver a nuestra gente querida, padres, madres, hermanos, amigos, en que dejaríamos las fiestas, las tertulias, el café hasta la madrugada conversando con los hijos o las amistades cercanas ni mucho menos las trasnochadas celebrando con un buen tequila o un pulque quizás, los ejercicios en el gimnasio, y cuánto extrañamos esas compañías, esas charlas, ese impulso al salir cada mañana, los besos en las mejillas y el abrazo. Después, llegamos a los decesos y una tristeza invadió el ambiente, una tristeza que evitamos respirar con un cubrebocas.

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