Este Monasterio Trapense de Gethsemaní, que tiene un siglo de antigüedad, es como dos manos venosas y trabajadas que sostuvieran una Patena en la que descansara la Hostia de la Humanidad. Es un sacerdote sin edad, que no envejece, inclinado sobre una oblea de trigo y una copa de oro llena de vino color rubí. Es una misa cuyo Ite missa est de la muerte se trueca en un Introito ad altare Dei de la iión inmortal. Es el cielo que empieza antes de que la vida haya terminado; un tiempo robado a la eternidad infinita; un latrocinio como hasta ahora Dios no lo había conocido. Gethsemani es Moisés en lo alto del monte rogando por los gedeones de la llanura. Es Moisés descendiendo del monte con los Diez Mandamientos de Dios en la mano. Es el Bautista, enjuto y glorioso, que grita desde la maleza que Dios está cerca y le despeja el camino. Es patriarca y profeta de Cristo, y es más aún: es el mismo Cristo, llorando por los jerusalenes que no amaron... y muriendo después en el Gólgota, ¡para que algunos amaran! Y los hombres de Gethsemaní... ¿Qué son?... Son Galahads que han hallado el Grial; Jasones que han conseguido el vellocino; Sansones que nunca serán tonsurados. No son sabios ni magos en pos de una la, son la Estrella cuyo plateado brillo habrá de conducir hasta a todos los observadores del firmamento. En estos tiempos, en que ni siquiera los astrónomos buscan esta Luz, aprenderéis mi enorme urgencia por escribir sobre tales hombres. Sé que Nuestra Señora de Gethsemaní bendecirá a todos aquellos que han intervenido en la preparación de esta obra; no puedo por menos de rogar para que ella bendiga también a cuantos leyeren lo que se dice de estos hombres a quienes he llamado "los abrasados de Cristo", conduciéndoles a un conocimiento y un amor por Aquel a quien Thomas Merton ha llamado "el Cristo de los abrasados".