Constituye un peculiar destino de Occidente la inclinación, hasta ahora no cuestionada, de considerar las acciones humanas, y los acontecimientos históricos que resultan de ellas, como el núcleo estructural de su propio Mito. De esta forma rueda por los dos mil últimos años la forma histórica impuesta por el Cristianismo, emergente en una época de crisis, y centrada en las categorías de apocalipsis y renovación del tiempo, de salvación y de reino de Dios en la Tierra. El presente trabajo considera a la Revolución Francesa como la última metamorfosis de esta forma histórica, cuyas superficies episódicas han perdurado hasta la teoría marxista. Sólo un pensador honesto y sobrio, retirado de todo interés parcial, como Kant, pudo ser consciente del peligro que implicaba esta operación por la que un Acontecimiento resultaba elevado al rango de Mito. De ahí que exigiese, no sólo la radical diferenciación entre lo histórico, por un lado, y lo reproducible y salvador en el tiempo, por otro; entre el elemento particular de la acción humana y el genuino elemento para una mitología de la Razón; sino que concentró este mito de la razón en la libertad, en lo que jamás puede ser un hecho, ni un acontecimiento, sino una exigencia siempre renovable, eternamente joven, mientras aliente en la Tierra un hombre consciente. Y de esta forma, siempre discretamente, Kant retornó a una forma del Mito en la que lo sustancial de nuevo era lo universalmente repetible, la naturaleza de las cosas. Quizás por eso también pudo ser consciente de que la Libertad como lo repetible siempre había de jugar en el seno de la racionalización del Estado, y no contra el Estado, el otro elemento que siempre torna. Este engranaje de cuestiones sólo hoy, tras la superstición que ha dominado los dos últimos siglos, comienza a hacerse visible.