Este libro iba a llamarse El color del triángulo, hasta que intervino mágicamente Augusto Monterroso, gran amigo del autor, para sugerirle el más exacto de La sombra del triángulo. De un modo o de otro, el triángulo es la figura dominante. En su significación más obvia y plástica, es el vello del pubis. En su significado más simbólico, al que ni el pubis ni la literatura pueden ser ajenos, representa, como lo definió Juan Eduardo Cirlot, «el fuego y el impulso ascendente de todo hacia la unidad superior, desde lo extenso (base) a lo inextenso (vértice), imagen del origen o punto irradiante». En el centro del triángulo está el «Ojo de Dios», que puede ser el dios oriental del placer o el dios censor de nuestra cultura occidental. En cuanto a la sombra, es más la misteriosa flor de las mujeres que las de las muchachas en flor. Sombra que dibuja el deseo y lo inalcanzable del deseo. La infancia, el amor, el sexo y la muerte, temas centrales en la escritura de Masoliver Ródenas, vuelven a aparecer aquí, pero de una forma peculiar. Son cuentos que aspiran a una unidad que se muestra tan imposible como lo que cada uno de los personajes busca a lo largo del libro. De este modo, la fuerte unidad del relato se contradice con el carácter fragmentario del conjunto, consistente con unos principios estéticos que han alimentado los libros de poemas y las novelas de Masoliver Ródenas. Relatos algunos de una violencia brutal, otros de una desesperada imaginación, siempre con un humor provocador. En La sombra del triángulo asistimos a un proceso de desacralización que puede llevar a la exaltación del placer erótico, a la pornografía, a la inmolación. Un libro, en suma, que no puede dejar indiferente a ningún lector.

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