Construida utilizando la siempre fascinante estructura de la reunión de personajes en un lugar aislado, que tiene precusores tan ilustres y diversos como el Marqués de Sade o Ágata Christie, "Niños muertos" es un esperpéntico, sangriento y muy divertido ajuste de cuentas del autor con la cultura del placer inmediato, del sexo, las drogas, y la fama instantáneos. Los habitantes de la rectoría de Appleseed –el rubio y elegante Quientin y su esposa Celia, ambos de muy buena familia, la bella e inteligente Diana, el bufonesco Keith, el ansioso y rico Giles- se han dispuesto a pasar un fin de semana muy excitante en compañía de sus invitados, un trío de americanos, dos hombres y una mujer que no solo viajan, sino también duermen juntos. Hay drogas en abundancia –los americanos son expertos y miden la dosis con precisión científica- y está previsto que se practiquen las mas diversas gimnasias e intercambios sexuales e intelectuales. Pero los jóvenes hedonistas, sumergidos en un frenesí de alcohol, psicodelia, marihuana y anfetaminas, no han contado con la intrusión de los –niños muertos-, esos horribles grumos de realidad que todos se esfuerzan por ignorar, ni con un misterioso bromista oculto entre ellos, que firma Johnny, que parece estar en todas partes sin que nadie sepa quien es y cuya idea de la diversión es curiosamente siniestra...

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