La historia del arte es un camino de ida y vuelta, siempre lo ha sido. Cada movimiento, tendencia, estilo, cada obra grande nos obliga a volver la vista hacia el pasado, visitarlo de nuevo, contemplarlo otra vez y hacerlo de nuevo nuestro, ahora de manera diferente. Al historiador se le encomienda la restitución de ese pasado, pero el arte no es un bien mostrenco, y el historiador ha de tenerlo en cuenta: está presente, hoy, entre nosotros. El presente ensayo distingue dos partes, dos "triunfos", el de la Muerte y el de la Vida. Bruegel es, con la celebración de la vida, uno de los creadores del mundo moderno, el mundo en el que nosotros vivimos. Más aún cuando esa celebración no necesita de legitimación ninguna, se justifica por y en sí misma, y sólo exige individuos que puedan sumarse a ella. Es posible que algunos consideren en exceso tosca esa celebración de aldeanos y gañanes presente en Boda de campesinos, por ejemplo; más difícil es calificar de tosquedad la belleza de Cazadores en la nieve: no la excluyen, pertenecen al mismo mundo. El presente texto se desgaja de una reflexión más amplia sobre dos temas que afectan de forma intensa a la formación de nuestra sensibilidad actual: la reflexión sobre la crueldad y la violencia, y el análisis de lo cómico y lo grotesco. Si la primera responde a la crueldad y la violencia que son propias de nuestros días -que Bruegel, podemos decir, anuncia-, el segundo está suscitado por la presunción de un mundo cerrado que no tiene otra expectativa que no sea la lucidez, pero que se resiste a no tener otra.