Oscar Wilde, hoy releído, y recuperado espectacularmente con motivo de su reciente centenario, representa, y tal vez define admirablemente su momento. Algo hay de irónico en el hecho de que quien fuera perseguido y vituperado por la moral oficial se erige hoy en representante de su tiempo. Tal idea hubiera divertido al poeta. Nacido en 1854 es uno de los nombres más conocido, aunque su obra no goce de la misma condición. Se comprende por los diversos papeles que representó en su breve vida (46 años, ya que murió en 1900), que le enfrentaron al gran público y le convirtieron, al fin, en figura de escenario. Pero, con todo, quedaba por conocer al poeta. Sólo se recuerda su famosa "Balada de la cárcel de Reading", pero se ignora su considerable producción en verso que, sin duda, tiene tal validez que, lentamente, ha comenzado a apreciarse, incluso en el Reino Unido. Superados los años oscuros en los que vivió su memoria, hoy es un referente imprescindible para considerar que sus denuncias se corresponden con la realidad. En cuanto a su final poco puede añadirse a lo que no se sepa. Un detalle acaso: advertido de la inminencia de la catástrofe, un hombre de negocios judío le propuso su yate para huir al extranjero. Pero se negó dijo: "Fracasar y morir joven es, para mis compatriotas, el único medio de conservar su talento". Un genio.