San Juan de la Cruz, igual que Santa Teresa de Jesús y Fray Luis de León, fueron insignes poetas religiosos y su obra tiene un gran valor para nosotros, hablantes y pensantes de la lengua española. Pero a ellos les ha ocurrido la misma desgracia que a otros muchos grandes autores: ser incluidos en los programas de estudio de la escuela secundaria. Sin embargo, cuando tenemos la fortuna de romper esas asociaciones traumáticas de obligatoriedad y nos ponemos a leer a San Juan de la Cruz, encontramos un mundo de imágenes de insospechada riqueza, pues hay en ellas una frescura, una musicalidad y una especie de secreto que podemos ir develando con la imaginación; pero sobre todo podemos intuir la presencia de una flama interior que parece aún más viva que nosotros mismos. El camino de la mística se parece mucho al del invento y el descubrimiento, sólo que aquí la luz de la inteligencia busca iluminar el espacio interior con la muy humana intención de conocerse a sí mismo, con la esperanza de encontrar alguna esencia inmutable, alguna huella de Dios.