Ser poeta en estos tiempos es un acto de valentía y también de un poquito de necedad. Porque hay que ser esas dos cosas, valientes y necios, para insistir en escribir —y más aún, escribir poesía— en un mundo en el que cada vez hay menos lectores, en donde el gusto pasa por lo fácil, lo predigerido, el bestseller de receta, el marketing de la portada sin contenido. Donde queda poco espacio —y también poco tiempo— para el encantamiento a través de la palabra escrita. ¡Y tanto que hace falta ese encantamiento! Saborear las palabras, dejarse llevar por ellas. Especialmente en los días en los que nos dejamos vencer por el mundo, en los que el pesimismo entra y se queda, y nos queremos ir lejos, estar solos. En esos días, cuando pensamos que todo está perdido, hay que tomar un libro como este, de José Luis Jiménez, abrir cualquier página y leer. Y darnos cuenta que, afortunadamente, siguen existiendo valientes y necios en este mundo. Siguen habiendo poetas. Están por allí, entre nosotros; no los vemos, parecen normales, pero en las noches (no sólo en las de luna llena) no duermen. Sueñan despiertos y escriben. Como poseídos: escriben, borran y vuelven a escribir. Dan vueltas por las habitaciones, piensan y siguen escribiendo. Sufren, pero al mismo tiempo se liberan. Escriben porque así transforman el mundo...