Las instituciones de educación superior se mueven entre el humanismo y la competitividad: de una educación que promueve la libertad y la justicia social a una educación como inversión productiva; de la racionalidad como instrumento de transformación social a una racionalidad como factor de competitividad; del saber como medio para la realización del interés común al saber como mero capital cultural. Lo anterior, bajo el supuesto de que la sociedad existe para la realización individual, y al ser terreno de esa realización, se debe aportar elementos que la hagan posible y la educación superior no es la excepción. La sociedad en la que nos desenvolvemos es el reflejo de una cultura que ya no realiza las ideas de justicia, libertad, bienestar, emancipación, etcétera, más bien, es la expresión del desencanto que no busca en el Estado o en la comunidad la fuerza para contrarrestar la pobreza y la marginación. Hoy, la finalidad de la educación superior depende de los factores económicos y políticos, en ese sentido, los fines que guían a la educación y a las instituciones de educación superior, no se dan necesariamente desde una filosofía y/o visión humanista, más bien, se realizan en las prácticas económicas, políticas y sociales de unos pocos. Es así que, desde diversas latitudes del país, se piensa un problema mundial, a saber: el papel y el lugar que juegan las humanidades y, concretamente, la filosofía en su desarrollo concreto, es decir, en el corazón del tiempo. Esperemos que esta publicación abone a la discusión y al diálogo siempre abierto y horizontal sobre dicha condición del saber humanístico.