La pasada primavera participé en un recital de poesía en la Diputación de Huelva junto con una poeta joven, muy joven. El recital pertenecía a un ciclo que presentaba la actuación simultánea de un poeta conocido junto con algún o alguna poeta novel, y se nos pedía alguna referencia a Juan Ramón (JR) y su obra. Mi joven colega afirmó no sentirse atraída por esta obra, que no entraba dentro de sus perspectivas de formación. Durante la redacción de este prólogo me ha acompañado el recuerdo de aquella anécdota, pensando que mi compañera de recital no es un caso aislado en esta dificultad actual para la lectura de la poesía del primer JR. Han transcurrido unos cincuenta años desde su muerte y unos cien desde que escribiera La soledad sonora. Desde entonces han cambiado profundamente muchas cosas. A medida que el mundo de JR y el de sus lectores y lectoras se van distanciando, su poesía va pasando la obligada prueba del tiempo, el cual va poniendo de manifiesto lo que su obra tiene de perenne y en qué parte el peso de lo circunstancial de su época la hace menos inteligible.