Desde hace unos cuarenta y cinco años he visto la Poesía pasar por muchas tentativas, someterse a experiencias sumamente diversas, ensayar vías desconocidas, volver en ocasiones a ciertas traducciones; participar, en suma, en las bruscas fluctuaciones y en el régimen de frecuente novedad que parecen característicos del mundo actual. La riqueza y la fragilidad de las combinaciones, la inestabilidad de los gustos y las transmutaciones rápidas de valores, en fin, la creencia en los extremos y la desaparición de lo duradero, son los rasgos de esta época, que serían todavía más sensible si no respondieran muy exactamente a nuestra propia sensibilidad, que se hace casa vez más obtusa.