El encuentro fortuito entre un fumigador Sebastopol, una testigo de Jehová Estefanía y un profesor de historia Echeverría despierta en este último la evocación de un pasado compartido por ellos cuatro décadas atrás, como miembros de una peculiar organización política. Una juventud plena de debate y utopías, pero también de acción, en la que los caminos de los tres, como los de otros compañeros, se acoplan como seguidores del Viejo una verdadera esfinge política, y que las propias circunstancias de la época se ocuparán de separar, hasta situarlos a cada uno en un presente completamente distinto. Las cavilaciones en torno a la ética del acto de tomar las armas, que además de constituir su tesis personal son el tema de las clases que Echeverría dicta a los miembros de la Orden, a la vez atraen y repelen el favor del Viejo hacia él, y así lo acercan y distancian del resto de sus compañeros. La lógica interna y el destino de la Orden le resultan, sin embargo, un enigma que lo seduce, pero que no puede terminar de develar. Tomar las armas evoca con mordacidad las organizaciones políticas de las décadas del 6o y del 7o en la Argentina. Es a un tiempo una alegoría satírica de aquellos años y una reflexión sobre el sentido del sacrificio de los hombres. En las páginas de la novela se entremezclan grandes nombres del ambiente intelectual de la época con personajes detrás de los cuales resuena nítido el eco de la Historia.