La vida del Buscón, a pesar de su polimorfismo y apertura de sentidos se inserta en la tradición de la novela picaresca iniciada en 1554 con el Lazarillo de Tormes; sin embargo, la vida y desventuras de don Pablos, hijo literario de Quevedo nunca reconocido oficialmente por su autor, implican un contrapunto importante en esta tradición. Si, como ha planteado Alberto de Monte, Lázaro es el protopícaro y Guzmán el pícaro por antonomasia, don Pablos sería el archipícaro, con lo cual la novela estaría llevando a su extremo el género; pero la obra es mucho más compleja que esto: es un texto plural que abreva en la tradición picaresca, enriquece al género y con esto, paradójicamente, lo agota. El Buscón es resultado de una mentalidad creativa que no descarta la imitación como recurso compositivo, pero no una imitación servil, sino creativa, a grado tal que puede llevar al contraste y a la oposición al mismo principio del que está partiendo. Así, a lo largo de toda la novela, además de la referencialidad a una realidad concreta de la España del pasaje del siglo XVI al XVII, hay un diálogo intertextual genérico múltiple que, además de la picaresca, recurre como interlocutores implícitos a las comedias y entremeses que se presentaban en los corrales, a la Celestina y al Quijote mismo.