Las personas lectoras no conciben el camino de la vida sin acompañarse de páginas que provocan placeres y displaceres, ideas inquietantes y sonsacadoras como guitarra presta a bajar del clavo donde cuelga y largarse a ganar la noche en manos de quien sepa tocarla. Pero hay también —oh, dolor— gente que finca su felicidad en alejarse de los libros como del demonio, y hasta lo recomienda a los animales del rebaño que le han confiado. Para muchos la lectura no pasa de ser un pasatiempo, y se refieren a este juego de la inteligencia como una forma de matar el tiempo. Así lo dicen, y apenas si se enteran de lo que significan sus palabras negras. Otros, en cambio, ven en toda lectura un reto, y algunos más convierten la lectura en rito. Menos veces las páginas de un libro que se comparte provocan una rotura que puede dañar los cimientos, la estructura misma, y entonces lo roto no vuelve atrás. Mejor será que la lectura sea una ruta, un instrumento de navegación que brinde alguna seguridad en este camino lleno de bifurcaciones que nos puede llevar a un bosque de maravillas cotidianas o hacernos perder el rumbo. Es el reto, la invitación al viaje. Roberto Zavala Ruiz