Crónica FIL.  Aquello que ya no está
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Crónica FIL. Aquello que ya no está

El área infantil de la feria estaba a tope, los más pequeños iban al encuentro de todo tipo de géneros y formatos literarios entre risas y suspiros.

Hoy la FIL empezó temprano, una marea ondulante de seres humanos inundó los pasillos en punto de las 9 de la mañana. Eran de todos tamaños, la mayoría no superaba el metro de estatura y avanzaban corriendo hasta una entrada diseñada para ese tamaño de personalidad.

Ahí estábamos, observando como a nuestro alrededor todo estaba revolucionado. El público más exigente de la FIL formaba una inmensa fila para la presentación del compositor, humorista y escritor Luis Pescetti, cuya narrativa ocupa un lugar especial en la literatura infantil con doble audiencia, que incluye a los adultos como lectores implícitos. Pescetti consigue lo que pocos autores: un tejido fino de referencias que conectan lo culto con lo popular, lo liviano con lo denso y la rebeldía con la sensatez. Los lectores nacidos en cualquier época seguimos siendo invitados a ensamblar las partes, a integrar las distintas voces y ser parte del juego donde no se subestima a nadie pero tiene la ventaja aquel que reconoce y se divierte con las bien logradas referencias intertextuales que, además, se dan el lujo de estar no solamente por escrito sino de tener melodía integrado.

Después de leer cantando, atravesamos la expo y buscamos asomarnos sin éxito a varios stands, la FIL está a reventar, familias enteras eligen que leer. Decidimos sentarnos y observar. En la contemplación, regresan a nuestra memoria las palabras de Luisa Valenzuela al inaugurar el salón literario Carlos Fuentes: “leer y escribir son caminos paralelos que se cruzan y complementan. Leer es avanzar por otros rieles, crear carriles nuevos. Tenemos derecho a leer en cualquier sitio. El sonido de alguno de nuestros teléfonos nos regresa al presente, es momento de moverse.

Llegamos al salón 1, donde la charla entre Antonio Muñoz Molina y Ricardo Raphael está por comenzar. Algunos de nosotros somos asiduos lectores de su artículos en el periódico El País, sus opiniones exponen la descomposición de las seguridades absolutas propias de las sociedades contemporáneas. Escribe acerca de  la soledad, la desorientación y especialmente sobre el miedo a la decadencia de cualquier tipo. Muñoz Molina disfruta de la no ficción, pero se traslada a la novela cuando cree que el tema y los personajes son oportunos. Reconoce que Tus pasos en la escalera, es una historia que si bien parte de elementos reales y de la huella de una tragedia, no es una imitación o una copia de la realidad en la que está inspirada. Sus personajes se conocen el 11-S, Cecilia, la protagonista, vive muy cerca de la zona del desastre, no podrá volver a casa. El narrador agradece, en forma insensata la catástrofe que los rodea y al mismo tiempo los une.  Esta es una ficción sobre el final del amor, nos cuenta como ese rostro amado que se vuelve ajeno, cómo funciona el cerebro frente al desamor. Muñoz Molina, habla y escribe de la memoria, de su paradójica relación con el futuro y su distancia con el pasado. Recordar nos proporciona respuestas útiles para el porvenir.

Salimos conmovidos, cruzamos al salón 4 para escuchar a Patricio Pron y conocer la dinámica donde los lectores presentan a un autor, en este caso, es el ganador del Premio Alfaguara de Novela 2019. Pron expone, que para él, la literatura es un diálogo horizontal. Los lectores lo interrogan sobre los personajes, su proceso de escritura y la estructura de la novela. Él contesta con humor y honestidad, explica que  Mañana tendremos otros nombres tiene capítulos tan disimiles en extensión, porque buscaba dar la sensación de ese extraño vínculo con el tiempo que se establece cuando rompemos con alguien. Cuando los minutos se alargan como si el sufrimiento no fuese a terminar jamás, ese momento en que estás convencido que lo que sientes es algo exclusivo, tuyo, y resulta que hay un montón de personas en la misma situación, un sentimiento particular se vuelve un síntoma universal. Mañana tendremos otros nombres es el plano detalle de la vida sexual de los insectos a una gran secuencia de incomunicación humana.

El domingo ha rendido, por los pasillos y entre los libros, vamos recogiendo pedacitos de nuestro corazón, solos pero acompañados. Por eso, caminamos decididos hacia la presentación de El infinito naufragio. Una antología que Laura Emilia Pacheco dedicó amorosamente a su padre quien consagró su vida a la palabra escrita sobre la arena de los días. Escuchamos como Héctor de Mauleón describe a José Emilio Pacheco como un ser humano que lo sabía todo, un prestidigitador de datos aparentemente inútiles que cobraban todo el sentido del mundo al volverse parte de un relato. Poseedor de una angustia encantadora y testigo del cambio perpetuo. Mauleón, comparte los inventarios urbanos, de la ciudad que se había ido y de lo poderoso que resulta leerlo a  la luz de que “su único tema es aquello que ya no está.” Para José Emilio Pacheco el tiempo es el agente de la destrucción universal y la historia es un paisaje en ruinas.

Enrique Serna se enfoca en el valor literario, en ese estilo austero y desnudo de Pacheco, donde no se puede añadir ni quitar una palabra, donde persiste la fábula relampagueante, el cuento mínimo y el epigrama. Serna nos dice convencido, que, aunque todos tengamos una selección personal de José Emilio Pacheco en la cabeza, el valor de este libro radica en la fuerte impresión del conjunto.

Dejamos atrás el salón 3, salimos despacio y en silencio, si acaso, pensando en La noche nuestra interminable.

América Gutiérrez

1 de diciembre 2019

FIL Guadalajara

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