El Fútbol es raro.
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El Fútbol es raro.

Entré al lugar y lo primero que escuché fue: -Lindo pase…

Mi reacción, casi automática fue voltear al televisor y tratar de alcanzar la imagen que había provocado tan sensible afirmación; logré ver como un toque de balón se convertía en lo que Roberto Bolaño llamó “uno de los goles más bonitos que he visto en mi vida, un gol de falta o de tiro libre, desde una distancia de más de veinte metros, lo que los brasileños llaman una hoja muerta.”

No sé mucho de fútbol, pero entiendo de su importancia gracias a la literatura; esta vez, un antojo (los mejores tacos de lechón de la Narvarte) me llevaron al epicentro de un grupo de “homo ludens” que seguían con los ojos y con el corazón un poético segundo tiempo que llevaría a su equipo a la victoria o a la ignominia. Noventa minutos para meter noventa goles, un partido decisivo del campeonato más importante del planeta después de un mundial, la crema y nata de los clubes europeos transmitida en vivo y en directo.

Ese día en lugar de buscar la mesa más alejada del escándalo, me senté junto al único espectador que llevaba la playera de su equipo, parecía que rezaba. Mientras esperaba que un mesero notara mi presencia, pensé en Juan Villoro, Eduardo Sacheri, Peter Handke y en los escritores que formarían mi equipo ideal en caso de buscar once relatos con balón de por medio. Me detuve en sus habilidades narrativas, en las fortalezas de tono, en la gracia, el ritmo y la cadencia para contar historias de fútbol. De repente recordé a Camus, quien dejó por escrito que veía en el fútbol un juego dinámico lleno de principios morales y de obligaciones entre los hombres. Antes de clavarme la textura, tomaron mi orden.

El partido mantenía aquel local en un ambiente que pasaba de un gallinero al circo romano. Acabé con los tacos y pero mantuve el boing de guayaba a medias, la curiosidad, no tanto por el marcador como por las reacciones de los aficionados, me mantuvieron en mi asiento cinco minutos restantes de la segunda mitad, más los cuatro de compensación que acababa de anunciar el árbitro. Esos nueve minutos provocaron: cabellos fuera de lugar, dedos en la boca cercenando uñas, sudoración en pecho y axilas como si se prepararan para saltar la cancha.

Recordé a mi padre, a mis amigos e incluso a un ex novio que sufría, se emocionaba y deliraba mientras el partido de “su equipo” avanzaba. Si iban ganando, el drama se centraba en la velocidad con la que el tiempo se consumía hasta escuchar el silbatazo final; si el equipo iba abajo, la tragedia era en sentido contrario, los minutos jamás serían suficientes para remontar, ahí, sólo quedaba el milagro.

Cuando el partido terminó y los ánimos dieron paso a la reflexión, algunos se felicitaban como si regresaran a los vestidores y otros discutían acerca de los errores de planteamiento táctico del perdedor. Bebí lo que quedaba del boing y regresé a Bolaño: El fútbol es raro (poco habitual, infrecuente), más allá de la magia y de la sangre. Me queda claro que lo importante,  es que sean buenos jugadores.


Nota del autor: para fines prácticos este texto fue escrito por Amateur de Gaula. Mi verdadero nombre provoca burlas, marcadores y sentimientos de odio deportivo. Es importante aclarar que me llamo como un cartógrafo, no como un equipo fútbol. verdadero nombre provoca burlas, marcadores y sentimientos de odio deportivo. Es importante aclarar que me llamo como un cartógrafo, no como un equipo fútbol.

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