No para casa, para mí.
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No para casa, para mí.

Cada vez que comienza el mes mayo, más allá de instalarme en la tranquilidad de un día feriado, surge una preocupación que me acecha como en una especie de cuenta regresiva inevitable.

Mi madre y mis tías no sólo esperan, sino exigen, regalos originales; con valores agregado inusitados, feministas y sobre todo con un objetivo claro: el regalo es para ellas no para casa.

El primero de mayo me sirve para rumiar una mantecada y hacer una lista que me sirve de apoyo en la misión de elegir el regalo adecuado. Mientras desayuno algo que irá directo a mis caderas, pienso en el libro Medita tu peso, información valiosa para la tía Cata que cree firmemente que los kilos son un reflejo del alma, que la talla es cuestión de actitud y que los mantras transforman el metabolismo. Solucionado, un pendiente menos en la lista.

Terminé la mantecada y el té Chai dejó escapar una nubecita de humo, mientras llegó el turno de mi adorada tía Martina, la hermana menor de mi papá. Es una mujer relajada y de espíritu tan liviano, que cuando pensé en su incipiente regalo aparecieron en mi memoria cocteles coquetos y sonrisas. Aunque la Tía Mar no es mamá biológicamente hablando, ha sido una figura materna sin igual. A pesar de que nunca sabemos en que parte del mundo anda, siempre nos envía una postal recordándonos cuanto nos quiere. Para ella el Kit de Gin Tonic lleva tatuado su nombre en la cajita.

Inés es una tía que siempre ha representado un desafío. Fue ella quien nos cuidó durante toda la primaria al salir de la escuela. Era la única que podía pasar por los chamacos, su trabajo de medio tiempo le permitía echarle la mano a sus hermanas, que hasta hoy, siguen dándoles la gracias. Ahora que lo pienso, merece una medalla. Éramos cinco escolares de entre 6 y 9 años corriendo por toda su casa. Con mano dura y voz delicada nos ponía límites. Recuerdo que su único momento de tranquilidad era cuando sostenía entre sus manos el ganchillo y nos observaba por encima de sus anteojos, mientras veíamos algo de televisión. Creo que será buen pretexto para abrazarla el momento en el que ponga en sus manos Crochetterie.

Se acabó mi té pero no importa, cuando pienso en la tía Eloisa huele a flores y a tierra mojada. Ella es la hermana mayor, la única que hace crecer todo lo que toca. Me ayudó a cosechar en un pequeño huerto en casa del abuelo Antonio, algo que no olvidaré, pues me hizo sentir capaz de ser independiente y apreciar ser capaz de comer aquello que había sembrado con mi propio esfuerzo. Tenía una paciencia de santa, quizá por que fue madre de dos varones infatigables, fui una sobrina afortunada. Me emociona pensar que voy a Cultivar un jardín en miniatura, sé que recordaremos buenos momentos cuando nos armemos con libro, pala y regadera.

Llegó el momento de elegir el regalo de mi madre… Resuenan en mi cabeza frases como “si me regalan una olla, acabará en su cabeza” o  “Una licuadora no es un regalo, repito no es un regalo.” Mi mamá fue de las primera mujeres de su familia que pudo estudiar, es maestra normalista, creció en un pueblo de provincia donde las cosas no fueron fáciles para ella, ni para sus hermanas, ni para la mujeres en general. Hoy no sé si regalarle Todos deberíamos ser feministas, Un día en la vida de una mujer sonriente o Nueve cuentos malvados.  

Hay muchas mujeres en mi vida que son madres, otras que decidieron no serlo y sin embargo me han dado valiosas lecciones de maternidad. Ahora que también soy mamá -de una humanita de cinco años sin poder adquisitivo-, si me preguntan qué regalo me gustaría, aceptaría con gusto el especial de Roscas y budines o un librito muy bonito que se llama La cocina futurista. Una comida que evitó un suicidio de Filipo Tomaso Marinetti.

Bernarda Alba Reloaded. 

Para Mamá.

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