Fue Gentillet quien planteó, a fin del siglo XVI, que ser ateo y literato eran sinónimos. Los ateos son los letrados. Más precisamente todavía, Gentillet escribió en 1576: "Las personas ateas se traicionan en su biblioteca". Gentillet da la lista de libros que reúne dicha biblioteca: "Son hombres ateos quienes poseen en su vivienda los libros de Demócrito, Epicuro, Lucrecio, Plinio, Luciano, Marcial, Tibulo, Cátulo, Propercio, Ovidio, Porfiro, Alejandro, Averroes, Poggio, Boccaccio, Aretino, Petrarca, Maquiavelo, Pomponnazzi, Cardan". Se puede continuar sin fin la lista que Gentillet había comenzado a establecer: Meslier, Sade, Stendhal, Mérimée, Baudelaire, Thomas Hardy, Marx, Engels, Schopenhauer, Nietzsche, Freud, Mallarmé, Valéry, Bataille, Lacan. A partir de la etimología de la palabra francesa corbillard (coche fúnebre), Pascal Quignard inicia en La barca silenciosa un extraordinario recorrido que conduce al lector a través de pequeñas historias de vida y muerte, discretos resplandores autobiográficos, meditaciones especulativas, reflexiones, e incesantes reminiscencias de lecturas. Retomando las obsesiones que se manifiestan tanto en sus "novelas históricas" como en sus ensayos (de Albucius a El sexo y el espanto), Quignard está siempre atento a la unidad secreta que organiza los capítulos y la reflexión. La barca silenciosa es un libro subversivo, atravesado por una fulgurante e inolvidable belleza.