El problema no era solo el TLCAN. No se trataba de un único elemento disruptivo ni de una crisis coyuntural que pudiera paliarse con alguna ayuda hasta el restablecimiento de la normalidad. El problema, precisamente, era la normalidad: la pobreza enraizada, heredada que se vincula a la tierra y a la etnia; la desigualdad extrema; la falta de oportunidades y alternativas para la población. Como se argumenta a lo largo de este libro, el problema de Chiapas era (y es) profundamente estructural. En el siglo XX apenas hubo cambios que corrigieran los desajustes existentes, menos aún los nuevos problemas que iban surgiendo. México se transformó mientras Chiapas permanecía en un estadio casi feudal. La adopción del modelo neoliberal a partir de la década de los ochenta solo sirvió para agravar, acelerar y evidenciar la irrelevancia de esta estructura para la fábrica global, para el capital, para generar riqueza, una riqueza tan siquiera mínima. En 2020, después de varias décadas de promoción del desarrollo y de millones de pesos dedicados al abatimiento de la pobreza, más de 44 % de los chiapanecos carecía de ingresos suficientes para adquirir lo indispensable para tener una nutrición adecuada (Coneval, 2021 a), mientras que el 78.8 % no contaba con recursos para adquirir los bienes y servicios necesarios para satisfacer sus necesidades alimentarias y no alimentarias (Coneval, 2021 a) y el 85.57 % de las personas que estaban contratadas en algún empleo, ganaba menos de dos salarios mínimos (CONAPO, 2022)