Los derechos humanos son uno de los más destacados de nuestros productos civilizados, y nosotros, los que hoy nos tenemos por civilizados, somos en buena parte el producto de esos derechos. Su causa ha convencido a la parte más activa y sensible de la sociedad. No ha persuadido, en cambio, a los nostálgicos del autoritarismo o de los privilegios de la arbitrariedad, ni a los partidarios de la congelación del orden jurídico. Los derechos humanos que hoy disfrutamos no son eternos, conquistados de una vez y para siempre, sino derechos frágiles que hay que defender día con día. Los derechos humanos cuya vigencia efectiva aún no es una realidad no pueden dejar de ser un objetivo en sociedades en las que el respeto al ser humano es la prioridad.