En el antiguo, panteón de San Fernando, se localizan las tumbas de algunos mexicanos notables. Entre esas tumbas solemnes, algunas eminentes, otras recatadas, figuran el mausoleo de Benito Juárez, que reposa al lado de doña Margarita, unidos en la muerte como en la vida, y de algunos de los hijos que hubieron de su matrimonio. En el monumento, Juárez yace en brazos de la patria, que lo contempla amorosa. A ese lugar llegó, con solemne cortejo, desde el aposento que ocupaba en Palacio Nacional el día de su muerte. Al final de los acuerdos de esa jornada, se dedicó sin interrupción -escribe Roeder- al gran negocio que tenía en manos: morir. Una vez más se reconcentró para la lucha invisible (...) En la mañana se supo que había dejado de existir, pero nadie le vio morir.

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