Este libro trata de historias plasmadas en el cuerpo de mujeres que viven en el cautiverio forzado. Discursos que desde la piel dejan al descubierto el paso por la familia, las bandas, el barrio y la institución penal. Los relatos de estas mujeres en prisión son intentos por otorgar sentido a una vida en donde la violencia, como una sombra, ha sido la fiel compañera; en su piel llevan grabadas las imágenes de sus fantasías, sueños y recuerdos. Su cuerpo, grabado con tinta y sangre, se debe al grupo y al Otro social; muestra la lucha entre la voluntad creativa y la estructura de exclusión social, que hace pedazos la razón genealógica. Las mujeres prisioneras revelan en la teatralidad de sus gestos, en las maneras de hablar, sentir y soñar, así como en cada una de sus marcas en la piel, cómo llevan impregnada en el cuerpo la experiencia de una vida hecha de violencias. Su comportamiento transgresivo no escapa tampoco al juego del deseo familiar y a los dolores del vínculo. Sus sueños y alucinaciones, así como las cicatrices, los cortes y los tatuajes son verdaderos analizadores sociológicos que permiten acercarnos al problema de la criminalidad, la exclusión social y el encierro, desde ese otro lugar que no sea el del diagnóstico, tan recurrente en los discursos de un saber que no esconde ya más sus pretensiones de control y poder. El sujeto es algo más que una diagnosis que apunta a la falta de control de impulsos, la ideación criminal o la máxima peligrosidad. La modernidad, que todo lo desvanece, muestra sus efectos devastadores sobre la vida, al anular la transmisión de los limites y los lugares que otorgan identidad y humanizan al ser. Las marcas corporales de estas mujeres encarceladas son metáforas que insisten en trazar esos límites y coordenadas simbólicas en su cuerpo, aunque muchas veces la eficacia de estas magias fracasa, al quedar atrapada en la propia imaginación.