Los pacientes con enfermedades reumáticas autoinmunitarias (ERA) han sido descritos como una población en riesgo de contraer enfermedades infecciosas. Estos pacientes tienen múltiples afecciones sistémicas, incluyendo factores endógenos y exógenos, desde trastornos de disfunción inmunitaria hasta comorbilidades que causan inmunocompromiso; además de eso, por lo general esta población consume fármacos inmunosupresores, lo cual los hace más vulnerables que la población general. Las alteraciones de la inmunidad innata y adaptativa contribuyen a un mayor riesgo de infecciones; por ejemplo, los pacientes con artritis reumatoide con frecuencia cursan con neutropenia en la enfermedad grave, haciéndolos vulnerables a distintos microorganismos; además, los complejos inmunitarios patológicos llevan a un incremento de la marginación y la apoptosis de los neutrófilos, lo cual debilita la primera línea de defensa contra las infecciones; estos pacientes cuentan con una respuesta disminuida por parte de los linfocitos T, por lo que existe la posibilidad de crecimiento de un patógeno oportunista; tomando en cuenta que estas afecciones empiezan a verse en la enfermedad severa, es necesaria una intervención para frenar la actividad y mejorar la calidad de vida, por lo que se requiere un mayor uso de fármacos inmunosupresores, que si bien logran controlar o disminuir la progresión de la enfermedad, al mismo tiempo hacen que en caso de exposición a distintos patógenos no sea posible crear una respuesta celular eficaz a algunos patógenos conocidos; las infecciones son responsables de alrededor de 30% de la mortalidad en los pacientes reumatológicos.

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